RELATOS DE ALUMNOS CON MENCIÓN ESPECIAL
SEGUNDA CATEGORÍA
Daniel
Sánchez Arroyo. 1º C Bachillerato.
UNA
VIDA MALGASTADA
Cuando
entró en la biblioteca ya estaba allí. Se acercó: "Que la
vida iba en serio”. Cercano, preocupado, cálido. Seis palabras, y
ningún significado. Con el tiempo, regresaron. Y, años después,
otra vez. Pero es ahora, que ya no sirve de nada, cuando por fin las
comprendo.
Celia
Rufo Martín. 2°A bachillerato
EL
aciago
Cuando
entró en la biblioteca ya estaba allí. Enhiesto, sostenía Guerra
y paz entre sus finos y rápidos dedos. Las paredes rezumaban
tensión, sostenida por la lampara que rielaba y acunaba su corazón
en un abismo.
Dibujo
un amago para que tomara asiento. No pudo negarse a sus deseos; su yo
interior crepitaba anhelando que su razón se doblegara a aquella
rasgada mirada. Pero una historia entre ambos era inaudito.
Introdujo
una mano en su escote y colocó el cañón entre sus oscuras cejas.
Antes de apretar el gatillo distinguió un fulgor lúgubre en las
pupilas de su resignado amante.
Y
vio cómo se resquebrajaba su sueño, vio cómo su grave voz crujía,
vio cómo dos mutiladas almas se desprendían.
Victoria
Costa Ferrero 1º D Bachillerato
PASOS
Cuando
entró en la biblioteca ya estaba allí. Era una sombra, o un sueño,
o la idea de un sueño... o una mezcla de todo. Un pensamiento que
sólo podía surgir del rincón más profundo de la mente más
perversa y de los proyectos de la más trastornada. Era una criatura
indescriptible, trazada por el pincel roto, abandonado y maldito de
algún artista caído en desdicha; imposible de mirar fijamente sin
volverse loco.
Sin
embargo, ya había entrado en la biblioteca. Dio un paso hacia ese
ser. Y otro. Cada uno más frío y rígido que el anterior... Hasta
que una voz en su interior aulló:
"!CORRE!".
Sintió una sacudida que le obligó a girarse a la puerta, ya
cerrada.
VICENTE BARBA GARCÍA. 1º D Bachillerato
Y
REGRESÓ.
Cuando
entró en la biblioteca ya estaba allí yo, sentado en una mesa de
madera negra, la mirada ausente. Llevaba esperando unos pocos minutos
cuando oí que a mi espalda rechinaban las bisagras de la puerta. Me
giré y apenas si tardé medio segundo en reconocerlo. El tiempo le
había surcado de arrugas el gesto, pero aún conservaba su adusta
expresión, imperecedera, inolvidable.
-Hola,
hijo -me dijo, y dejó sobre la mesa un revólver envuelto en un
pulcro pañuelo de seda blanca.
Lo
miré, lo cogí y lo sopesé tras despojado de su "papel de
regalo".
-Al
fin regresaste a cumplir tu promesa... Papá.
Tiempo
después supe que el disparo se oyó en un kilómetro a la redonda.
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